lunes, 12 de septiembre de 2011

EL LENGUAJE


Tradicionalmente, y por razón de método, se ha planteado la historia de los sistemas y doctrinas filosóficas como un permanente debate en torno a los conceptos fundamentales "existencia" y "esencia".
De una u otra forma, las corrientes filosóficas que ha recogido la historia han tomado partido por un concepto u otro, para explicar los siguientes interrogantes: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde va?
Grosso modo, las posiciones pueden ser clasificadas en idealistas y materialistas, y, eventualmente en medio de ellas, las hilemorfistas.
El idealismo, que tiene por primer expositor sistemático a Platón, enfatiza la tesis en el sentido de que las esencias o ideas, ubicadas en el topus uranus, preceden de modo necesario a la existencia material, explicando y justificando su sentido.
El materialismo, presentado por vez primera por Demócrito de Abdera, desecha la esencia como concepto explicativo de la realidad, acudiendo a un materialismo, según el cual el mundo de los fenómenos tiene su radical descripción en átomos en movimiento.
Ambos polos de la discusión filosófica son conciliados por el realismo o hilemorfismo aristotélico, que se apoya en la premisa de que todo objeto consta al mismo tiempo de materia y forma.
Las corrientes posteriores, directa o indirectamente reconocen su fundamento sistemático en el idealismo, el materialismo o el realismo, por tanto, aun cuando con diversos y más profundos enfoques, productos de la evolución histórica, en la raíz de sus proposiciones primarias se aprecie todavía el debate acerca de la prelación y alcance de la esencia y la existencia.
En los últimos años, el debate ha sido abandonado por una corriente que se denomina "positivismo lógico" o "filosofía analítica".
Surge como el resuldo natural de dos movimientos afines: la doctrina lógico-matemática de Bertrand Russell, Whitehead y Ludwig Wittgenstein, y los postulados positivistas del llamado "Círculo de Viena".
El Círculo de Viena fue un grupo de pensadores reunidos en torno a Moritz Schlick, quien postuló un neopositivismo con las siguientes banderas:
- Rechazo de toda metafísica.
- Aceptación del principio de la verificación en los hechos.
- Empleo de lo lógico-matemático en la determinación de la ciencia natural.
La filosofía analítica sostiene, en contra de las doctrinas tradicionales, que los problemas en torno a la esencia y a la existencia no han podido ser resueltos, ni lo serán, gracias al lenguaje que se utiliza en su planteamiento.
La filosofía tradicional emplea un lenguaje confuso y ambiguo, que no permite saber siquiera si su contenido tiene o no un significado, y si éste admite un principio de verificación. En ocasiones, sus inquietudes constituyen verdaderos seudo problemas, que desaparecen o se disuelven mediante el análisis de los términos en que aparecen expuestos.
El lenguaje, pues, es responsable en parte de las inexactitudes del pensamiento; de ahí que sólo por el análisis lógico del lenguaje es posible poner remedio a tal estado.
Para esta corriente, los juicios con sentido son proposiciones auténticas; los que carecen de él, seudo proposiciones. Muchas afirmaciones metafísicas son seudo proposiciones. El significado de una proposición reside en su método de verificación, entonces, una proposición tendría significado si puede ser probada y, si no se puede verificar no tiene sentido.
Bajo este criterio, muchas de las afirmaciones del idealismo, materialismo, realismo, existencialismo, fenomenología, etc., sostienen los analíticos, son seudo proposiciones, ya que carecen de un sistema de comprobación.
M. Bochenski, en "Los Métodos Actuales del Pensamiento"[1] señala que el método del positivismo lógico es la semiótica, pues, como ya se dijo, sólo el análisis del lenguaje permite la verificación de las proposiciones. Si el lenguaje es un conjunto de signos, seguramente el más importante, el estudio del signo adquiere en este contexto una dimensión impresionante.
La semiótica, continúa Bochenski[2] se divide en tres ramas: la semántica, la sintaxis y la pragmática.
La semántica positivista estudia los signos, que pueden ser palabras, en su relación con los objetos designados. Ahora bien, como una de las relaciones entre los signos y los objetos lleva al problema de lo verdadero y es falso, el tema de la verdad cae dentro del dominio de la semántica.
La sintaxis constituye el procedimiento para combinar los signos entre sí, a base de reglas determinadas y haciendo abstracción de éstos al designar y significar. Es la teoría formal de las formas del lenguaje lógico.
La pragmática estudia los signos en relación con los sujetos que los usan. Esta parte de la semiótica tiene que dar cuenta de las apreciaciones de los hombres.
De acuerdo con lo anterior, la filosofía no es una ciencia más, sino una actividad sustancial del ejercicio mismo de la actividad científica. Es un método mediante el cual se puede analizar el aparato conceptual de las disciplinas particulares, con la mira de precisar qué proposiciones tienen sentido y qué proposiciones no lo tienen.
A) PALABRAS
Son herramientas que sólo el hombre puede usar con un propósito definido: que las entienden aquellos a quienes van dirigidas. Esto es posible porque actúan como signos. Un signo[3] es todo aquello que conlleva un significado y puede ser interpretado.
Algunos signos son naturales, por ejemplo, decimos que las nubes son un signo de lluvia. Pero cuando nos comunicamos unos a otros, hacemos uso de signos artificiales, que han sido inventados con el propósito evidente de entendernos.
No todos los signos artificiales son palabras. Pensemos en los gestos, los códigos especiales, los signos escritos, los colorísticos y pictóricos, los sonoros, etc.
Lo que de común tienen todos ellos, es que la gente se ha puesto de acuerdo para utilizarlos según unos significados conocidos. En esas condiciones, casi todo puede ser utilizado como signo siempre y cuando antes nos pongamos de acuerdo sobre su uso. Es la convención sobre el significado del signo, y no el propio signo, lo que nos capacita para comunicarnos.
Se puede concluir que los signos no tienen un significado por sí mismos, sino en relación con nuestro acuerdo acerca de su uso.
Las palabras son signos, y como tal son usados en un trabajo específico: la comunicación humana.
Del mismo carácter convencional del uso de los signos se desprende que un signo puede tener distintos significados. La palabra "muelle" puede significar un resorte de acero, el sitio donde cargan y descargan los barcos, y varias cosas más; todo depende del contexto en el que se utilicen.
El idioma es un sistema sumamente complejo cuyos signos dependen unos de otros para adquirir su significado. En realidad la gramática y la sintaxis no son otra cosa que reglas que posibilitan el manejo adecuado de un buen número de signos de determinado idioma.
Consecuentemente, las palabras significan según el uso que se les de, de conformidad con las reglas de combinación o de ordenamiento del idioma. Por eso resulta infructuoso preguntar el significado de palabras aisladas, éste depende del camino que se ha decidido tomar para usarlas.
De lo expuesto hasta aquí se desprende que no es correcto imaginar que a cada signo le corresponda una ‘cosa’ del mundo exterior, a la que también le corresponda una palabra. En primer lugar, somos nosotros los que parcelamos el mundo, poniendo orden a nuestra existencia, mediante el agrupamiento de nuestras impresiones sensoriales; en segundo lugar, gran número de palabras no corresponden con ninguna cosa, como por ejemplo: "libertad", "dignidad", no significan convencionalmente ninguna cosa concreta. Ni siquiera los sustantivos como "elefante" nombran cosas; hay este elefante y aquel elefante, pero no existe una cosa única que sea "elefante". Como sustantivo de orden, no nombra nada en lo absoluto.
Preposiciones como "en" o "bajo" se utilizan cuando queremos hablar sobre la relación entre las partes de nuestra experiencia, y no pueden usarse más que para especificar algo acerca de los sustantivos y pronombres.
Las palabras pueden ser clasificadas atendiendo al uso que se haga de ellas. Pueden ser: descriptivas, cuya función consiste en ofrecer información sobre el mundo que nos rodea; valorativas, que sirven para dar o quitar valor a las cosas o personas a las que son aplicadas; indicativas, que no describen ni valoran, simplemente indican el sentido de las frases y oraciones; y, finalmente, tenemos las interjecciones, que transmiten las sensaciones mediante exclamaciones.
En la argumentación ordinaria debe tenerse mucho cuidado con el uso de las palabras. Es frecuente que una palabra sea utilizada en sentido valorativo y se presente como descriptiva, originando las llamadas "disputas verbales", que sólo pueden ser resueltas pidiendo a la contraparte que nos explique el sentido o el significado de cierta expresión. Por ejemplo, la palabra "natural", puede ser parte de una argumentación en la que una persona sostenga que si lo natural equivale a lo que hace la mayoría de la gente, entonces se trata de lo correcto; sin que se percate de que en caso de un uso descriptivo, se pasa indiscriminadamente a un uso eminentemente valorativo. Lo importante del análisis del lenguaje consiste en tener plena conciencia del sentido que damos a las palabras. De esta manera la solución de problemas se mirará mucho más cercana.
B) FRASES
Del mismo modo que las palabras, también las frases son herramientas que cumplen una función específica porque se les utiliza como signos. Se clasifican en:
Imperativas y de actitud. Sirven para dar órdenes o para expresar los deseos, esperanzas o temores del que habla. Forman un grupo especial porque no son verificables en virtud de que no son ni falsas ni verdaderas.
No pretenden establecer hechos o dar información sobre el mundo. No tienen ningún valor en una discusión, porque en las discusiones se pretende llegar a la verdad, no a expresar los sentimientos de los interlocutores.
Frecuentemente, bajo el disfraz de frases que tienden a describir la experiencia, se encierran verdaderas frases de actitud. El uso y el contexto nos determinan su auténtica naturaleza. Tal es el caso de la frase "todos los hombres nacen libres", que en realidad no proporciona información, sino más bien envuelve un grupo de frases de actitud en términos de "abajo los privilegios", "fuera la tiranía", y otras.
Empíricas. Proporcionan información acerca del mundo, basada en la experiencia del mismo. Lo que distingue a las frases empíricas de las frases de actitud es que se pueden verificar con pruebas que se desarrollan en términos de nuestra experiencia sensorial.
Esta característica permite también ir clasificando las frases empíricas según el grado de evidencia, condicionado por el mayor número de pruebas, en apartados como "casi seguro", "posible" "improbable". Esto no puede hacerse con otros tipos de frases.
Analíticas. No proporcionan información acerca del mundo o acerca de nuestras experiencias sensoriales. Su verificación no depende de la experiencia, sino de su sujeción a ciertas leyes lógicas.
Son utilizadas para mostrar nuestro acuerdo sobre la relación del significado de los signos verbales entre sí. "Todos los hombres son seres humanos" no dice nada sobre el hombre; pero en cambio dice mucho acerca de la palabra "hombre". Nos dice que la palabra "hombre" y el signo "ser humano", son equivalentes en sentido lógico, y que uno envuelve al otro.
Las frases analíticas, en tanto, no requieren una sola evidencia del mundo exterior, son puramente simbólicas. Esto es, su veracidad depende de las leyes o reglas que se han construido. Son útiles porque permiten formular deducciones, y nos capacitan para deducir frases empíricas a partir de una o de muchas otras frases empíricas.
Valorativas. Se usan para recomendar o valorar un objeto o una persona. Se distinguen de las frases de actitud si tienen un método de verificación, lo cual no ocurre con las segundas, como ya se ha visto. Es decir, cuando se asigna un valor, se obra teniendo en cuenta la base de un determinado criterio.
Como en las otras frases, también en las valorativas el punto fundamental radica en el acuerdo sobre el método adecuado de verificación. Es fácil estar de acuerdo en lo que debe entenderse por "rojo", "cuadrado", "plano", etc., pero no siempre existe convención sobre palabras valorativas como "bueno" o "malo", ya que se utilizan de acuerdo con el criterio de cada cual. Su verificación, por tanto, depende de la experiencia y el conocimiento de los hechos, así como de los criterios valorativos empleados.
Metafísicas. Son frases cuyo significado y método de verificación no han sido aceptados de común acuerdo, o bien son aquellas que no tienen significado ni método de verificación. Como ejemplos podemos señalar las frases "en Júpiter hay vida" y "Dios salvará a los buenos". En el primer caso es posible convenir en un método preciso de verificación, aun cuando por el momento la evidencia no se puede obtener; en el segundo, parece no haber acuerdo alguno sobre qué es lo que contará como evidencia de la frase. Por estas razones se denominan metafísicas.


[1] BOCHENSKI I. M. Los Métodos Actuales del Pensamiento. Editorial Rialp, S. A. Madrid, 1979, p. 68.
[2] Ídem. p. 69.
[3] Ver capítulo El Signo.

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